Este libro virtual se llamó en un principio "Obras Escogidas - I", por aquello de que toda selección es una elección. También se hubiera podido llamar "15 cuentos en busca de un editor", pero no sería un título sincero ya que ni mis cuentos ni yo nos hemos abocado en algún momento a esa tarea. Al final, se llama como se llama porque así se llama. Sea como sea, aquí está mi primer libro de cuentos. Pase y lea, es gratis.

Los efectos del colesterol

Aquí viene otra vez de nuevo. La espanto pero ella siempre vuelve, una y otra vez y otra vez de nuevo... ¿La mosca es un pequeño kamikaze o es un pequeño estúpido? ¿Será que la mosca tiene una memoria muy corta y cuando vuelve a posarse sobre mí ya no se acuerda que acabo de espantarla? ¿O lo suyo es tenacidad pura? ¿Qué quiere la mosca de mí? ¿Mi sudor? ¿Mi sangre? ¿O será que lo único que quiere es molestarme por ser mamífero, de envidiosa nomás? No sé qué quiere la mosca, pero aquí viene de nuevo. Ahora la espanto con el repasador: ¡Flap! Zumba, surca el aire mi repasador cuadrillé, crea una onda expansiva que aleja la mosca. Un ratito me deja tranquilo, pero no, no escarmienta, aquí está de nuevo, posándose sobre mi antebrazo mientras escribo esto (me hace cosquillas en los pelitos). Levanto el codo, la mosca vuela, da una vuelta y vuelve a posarse, ésta vez en mi cabeza. La muevo, me duele el pescuezo, se va, vuelve. Aquí, ahora, volando frente al monitor: la mosca.
La mosca siempre vuelve. Como el sol, como las golondrinas, como las ganas de hacer pichí. Es imposible librarse de la mosca. Cuando no está es porque recién se ha ido o porque todavía no ha llegado. Aunque no la veamos, la mosca siempre está –pienso- y luego me arrepiento de haber dejado constancia de ese pensamiento. Ahora vuela a mi alrededor. Es una mosca chica y silenciosa. No, no es una de esas insoportables drosophila (esas chiquititas que andan en patota, tal vez por ser tan chicas andan en patota), esta es una mosca doméstica común y corriente. No muy grande, mas bien chica. Y silenciosa, como acabo de decir. Se posa en la bombilla del mate. ¡Ahí no! Pucha carajo. Me va a hacer enojar esta mosca.
No quiero echar insecticida porque es de mañana y de mañana mis pulmones no tolerarían esa agresión. Si echara insecticida el que me tendría que ir sería yo. La mosca seguro que lo sabe y por eso me torea. Me quedo quieto. Está posada en mi hombro derecho. Como la paloma blanca amaestrada que se posó aquella vez en el hombro de Juan Pablo II. Pero yo juro que no amaestré a esta mosca. Muevo la cabeza. La mosca vuela. Vuela en círculos. ¿La mosca no se marea? Me da envidia la mosca, con esa libertad que tiene de volar por todos lados, de llegar a los rincones más inaccesibles de mi casa. Si yo fuera una mosca podría encontrar enseguida el libro que busco en el estante de arriba del todo sin tener que subirme al banquito. Podría encontrar las alpargatas abajo de la cama sin necesidad de agacharme. Podría hacer mucho ejercicio sin salir de casa. Hasta podría embromar al vecino de al lado cuando pone las cumbias. Exacerbarlo hasta obligarlo a olvidarse de cambiar el disco. Pero no soy mosca, soy tipo.
Ahora la mosca se posó en el ecritorio frente a mí. La miro a los ojos. Me pregunto qué es lo que busca. Ella hace como que no me ve pero yo sé que me está mirando porque no lo puede evitar. La mosca ve para todos lados. Levanto una mano y me rasco la oreja. La mosca se asusta porque piensa que la quería aplastar y sale volando. La embromé. Já. A la mosca no se le ocurre que yo nunca ensuciaría mi escritorio con su sangre. Porque las moscas tienen sangre como nosotros. Yo una vez aplasté una y la vi. La mosca no es como el mosquito, que usa la sangre de uno. No, la mosca tiene sangre propia, roja, pastosa, como con mucho colesterol del malo. Bueno, con las cosas que come, la mosca seguro que tiene colesterol. ¡Claro! Por eso tiene esa conducta errática y esa mala memoria. La mosca tiene arterioesclerosis. Se me ocurre una idea. Abro la ventana de par en par. Me retiro a la otra esquina de la habitación. Busco a la mosca. Está parada patas arriba en el techo. Eso también me da envidia. La mosca camina por las paredes como Donald O’Connor en Cantando Bajo la Lluvia. Espero. La mosca hace como que no se da cuenta de que abrí la ventana. Bueno, a lo mejor está distraída. Agito nuevamente el repasador cuadrillé, trato de que vea que la ventana está abierta. La mosca abandona el techo, da unos vuelos en círculos y entonces sí: ve la ventana y se zambulle por ella hacia la libertad. Pienso: pobrecita, me estaba pidiendo para salir...